El riesgo no es decir algo simple ¡Es no saber por qué lo estás diciendo!

Muchas empresas le temen a sonar básicas. Entonces adornan lo que podrían decir en una frase. Buscan matices, giros, sinónimos… como si la complejidad fuera sinónimo de calidad. Pero en ese esfuerzo por parecer sofisticadas, muchas veces se pierde lo más valioso: la intención. No es malo decir algo simple. Lo riesgoso es no tener claro por qué se lo dice.

Lo simple no es superficial, si tiene un por qué

Una frase clara puede tener más peso que un texto lleno de recursos. La diferencia no está en la forma, sino en la dirección. Un contenido bien ubicado, que entiende el momento, el canal y el público, no necesita adornos. Necesita foco. Decir algo simple, con criterio, es mucho más potente que intentar sonar complejo sin razón.

Lo que incomoda no es lo básico. Es lo vacío

No es un problema usar palabras directas. El problema es no saber para qué están ahí. En comunicación, la forma no alcanza si el fondo no tiene sentido. Muchas veces se ve contenido prolijo, bien editado, con un tono impecable… pero sin una idea central que lo justifique. Y eso no se soluciona escribiendo mejor. Se soluciona pensando mejor.

El contenido editorial no está para impresionar, está para sostener. Tiene que reflejar decisiones, no inseguridades. En lugar de correr detrás de fórmulas complejas o frases impactantes, lo más valioso suele ser volver a lo esencial: qué queremos decir, por qué ahora, y para quién. Si esas respuestas están claras, el texto va a sonar sólido, aunque sea simple. Porque la claridad, en este contexto, no es una renuncia. Es una decisión consciente de comunicar con criterio.